FICCION DE COMPOSICION VS MORFOLOGIA

    La palabra "composición" ha estado inevitablemente ligada a ideas de orden, unidad y armonía. Sin embargo, los caminos que hoy recorremos —influenciados tanto por la experiencia fragmentaria de lo contemporáneo como por ciertas corrientes teóricas que ponen en duda la verdad del todo— nos llevan a pensar que tal vez esa unidad no solo es imposible, sino también ideológica. Este ensayo es una exploración colectiva desde la arquitectura, en torno a las nociones de fragmento, collage, montaje y equilibrio, entendidas como herramientas proyectuales y críticas frente al pensamiento totalizante.

    La arquitectura ha oscilado históricamente entre dos tensiones: la búsqueda de totalidad y la aceptación de la fragmentación. Si el clasicismo aspiraba a una unidad compositiva basada en proporciones ideales, muchas de las arquitecturas modernas y contemporáneas han puesto en crisis esa noción, desplazando el foco hacia operaciones fragmentarias. En este sentido, el fragmento no es una ruina ni una porción incompleta, sino una posición consciente que reconoce la imposibilidad de una síntesis formal o funcional definitiva.

    Autores como Adorno han problematizado el todo como una falsa reconciliación, y en arquitectura esto se traduce en la sospecha hacia los proyectos cerrados, autoexplicativos, que pretenden resolver todas las tensiones mediante una estructura acabada. Frente a eso, el fragmento emerge como estrategia de apertura: un dispositivo para mantener viva la ambigüedad del espacio y del habitar. La noción de collage —entendida como operación de reunir elementos diversos en una nueva unidad sin borrar su diferencia— tiene una relevancia profunda para el pensamiento arquitectónico. Desde el collage pictórico de las vanguardias hasta el urbanismo contemporáneo, esta técnica ha ofrecido un modelo operativo para lidiar con la complejidad.

Frank Gehry, por ejemplo, trabaja desde el gesto del ensamblaje, combinando materiales, formas y escalas disonantes que mantienen su identidad dentro de una composición mayor. Rafael Moneo, desde otro enfoque, ha desarrollado una arquitectura que articula partes con fuerte autonomía, donde la relación entre fragmentos produce un equilibrio interno sin necesidad de totalización. El collage arquitectónico no solo implica juntar piezas, sino establecer reglas internas, vínculos tácticos y estratégicos que hacen legible la composición sin volverla homogénea. Esta práctica proyectual reconoce el carácter heterogéneo del contexto contemporáneo: ciudades sobrepuestas, capas históricas, programas cambiantes, materiales industriales y reciclados.


La arquitectura que trabaja desde el montaje no busca un equilibrio clásico, sino uno dinámico: un equilibrio que emerge de la tensión, del conflicto entre partes. Este principio puede verse en propuestas como las de Alvar Aalto o Gunnar Asplund, donde la composición responde a secuencias espaciales y no a simetrías formales. La repetición, la variación, el desplazamiento y el ritmo operan como recursos que estructuran sin clausurar.

Hoy, esta forma de pensar es especialmente relevante frente a la cultura visual fragmentaria en la que vivimos, donde el montaje es la forma dominante de narración. En este sentido, el montaje arquitectónico es más que una técnica: es una forma de lectura y de construcción del mundo. Desde una perspectiva crítica, el collage en arquitectura también puede leerse como un gesto ético: una manera de reconocer las diferencias, de permitir que lo diverso conviva sin ser subsumido en un orden único. Esta lectura permite repensar la práctica arquitectónica no como imposición formal, sino como mediación entre sistemas, escalas y memorias.

Así como en el arte textil contemporáneo o en el quilting colectivo se construyen narrativas desde fragmentos cargados de afecto e historia, en arquitectura es posible imaginar proyectos que funcionen como ensamblajes abiertos: estructuras que permitan la adición, la adaptación, la transformación con el tiempo. Esta visión es coherente con los desafíos sociales y ambientales actuales, donde la flexibilidad, la reutilización y la participación se vuelven valores esenciales del diseño. Reivindicar el fragmento no significa rechazar la coherencia arquitectónica, sino desplazar su significado. La coherencia puede surgir de un equilibrio entre diferencias, de una lógica compositiva que no busca borrar las tensiones sino articularlas.

En lugar de diseñar desde una imagen totalizante, proponemos pensar la arquitectura como una práctica de ensamblaje: trabajar con lo existente, con lo residual, con lo incompleto. El fragmento, entonces, se vuelve principio generador, no síntoma de carencia. Frente a la ilusión del todo, proponemos una arquitectura que construya desde la grieta, que ensamble sin borrar, que equilibre sin clausurar.





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